Ella subió al vehículo acompañada de un joven con el mismo aspecto extranjero. Tenía sus ojos.

Tomó asiento y curioseó las monedas de euro que le dieron de cambio por su billete. Llevaba con ella una mochila azul precintada, una bolsa con galletas, agua, una factura de un hotel costero y una torpeza singular en todos y cada uno de sus movimientos.

La observo, y solo me asaltan preguntas, pero probablemente no son ni la mitad de las que ella tendría en su cabeza anglosajona.

A los quince minutos de trayecto se levantó para sentarse en el asiento contiguo al mío. "Oh! Is it a hotel?" Inmersa en mi lectura levanté la vista para ver lo que señalaba. Sí, efectivamente era un hotel de lujo. Se quedó maravillada durante unos segundos y de repente, hurgó en su bolsa de plástico y sacó la dirección a la que se dirigía. Mantuvo un pequeño lapso de tiempo su mirada en el papel y después se dirigió al viajante de mediana edad y con aspecto serio que se sentaba delante, esperando sus indicaciones. Agradecida de que pudiera hablar su idioma, balbucearon sobre cuál sería su parada.

La rubia mujer llegó a su parada y bajó del vehículo. Desconcertada,

esperaba a...